domingo, 2 de octubre de 2011

Eduardo López

La era de la incomunicación

Domingo, 15 de Febrero de 2009 - Publicado en la Edición Impresa (norte)

La escena en un resto-bar pasado el mediodía, en una jornada de este tórrido verano. Una pareja ingresa para reponer fuerzas. Ambos entre 40 y 50 años. Ordenan un frugal almuerzo y, casi mecánicamente, cada uno toma un diario, de esos que están a disposición de los clientes, y se enfrascan en su lectura, sin intercambiar palabras.
Casi al mismo tiempo ingresa al lugar otra pareja. Son jóvenes, entre 20 y 25 años. Hacen su pedido a la moza e inician, cada uno con su teléfono celular, un frenético intercambio de mensajitos de texto con interlocutores distantes.
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Promedian las vacaciones y el niño, a punto de cumplir diez años, se le queja a la madre en horas de la tarde: “Mamá estoy aburrido” y echa una mirada desdeñosa a la computadora, el televisor, el reproductor de CD, el teléfono móvil, auriculares, audífonos, controles a discreción y múltiples juegos electrónicos.
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Es la hora de la siesta. En un desvencijado carrito tirado por escuálido caballo van tres pequeños. Ninguno debe tener más de diez años. Uno de ellos, quizás el menor, pilotea el transporte, lleno de papeles y otras cosas juntadas en la calle. Otros dos acompañan. Todos ríen a carcajadas, señal de que para nada están invadidos por el tedio. Uno, con una honda, tira a los pájaros que están en los árboles que sombrean la céntrica avenida. A despecho de sus ropas pobres y sucias, de sus pies descalzos y de sus precarios juguetes, parecen vivir en el mejor de los mundos y pasarla muy bien.
Tres escenas vividas casi en simultáneo en una siesta del verano chaqueño que demuestran cómo en esta era, por antonomasia de las comunicaciones, de los adelantos tecnológicos que no tienen horizontes, los humanos estamos cada vez más incomunicados. Esa, al menos, es la sensación que se tiene cuando se ve circular por las calles o plazas o, aún manejando sus vehículos con auriculares o audífonos en los oídos, a hombres y mujeres.
Cada uno encerrado en su mundo, ocupado de tapar los escapes de las motos, las bocinas de los autos pero también negándose al cuchicheo de los pájaros, que por suerte todavía anidan en los árboles de la ciudad y de las plazas. Cada vez más medios de comunicación y cada vez más incomunicación y cada vez más trato virtual en desmedro del personal. Horas y horas de chateo, aún largas madrugadas, entre seres que no se ven, que no se escuchan (por ahora), que no se huelen, que no comparten un asado o un vaso de bebida.
¿Esto quiere decir que hay que desdeñar estos extraordinarios medios que brinda la tecnología y los que vendrán, con toda seguridad y que dejarán a todos con la boca abierta? Para nada. Los que trabajamos con la comunicación, como los periodistas, no terminamos de asombrarnos todos los días de cómo las nuevas herramientas de comunicación nos ponen al instante al mundo en nuestras manos con sólo hacer un click con el ratón. Y si esto sucede con quienes están acostumbrados al intercambio de noticias, que es de esperar de quienes no lo están.
Pasa en todos los órdenes, mientras los avances de todo tipo van por un carril donde la velocidad no tiene límites, la adecuación de los seres humanos a esos avances, apenas registran los 30 o 40 kilómetros horarios y sucede lo que inevitablemente tiene que suceder. Se malogran los efectos positivos.
¿Quién puede negar el progreso que significan los automóviles y las motocicletas, aún en el manejo de la economía familiar? Pero ni nuestras calles o rutas o nuestra trama urbana están preparadas para recibir ese aluvión de rodados, y se producen efectos no deseados, como accidentes continuos, muertes y personas que quedan mutiladas.
Imposible equilibrio
Como en todos los órdenes de la vida es imprescindible lograr equilibrio entre el uso y el abuso y eso lleva un tiempo de maduración que los seres humanos parece que no están dispuestos a transitar. Y se dan entonces esas contradicciones que muestran las escenas descriptas más arriba.
O lo que les sucede a quienes dicen tener vocación política y por ende de servicio. Creen que hacen algo, sólo cuando aparecen en los medios de comunicación, aunque no los lea, escuche o vea nadie. Se regodean en titulares, fotos, imágenes, audios sin saber si penetran o no y se convencen que hacen mucho porque aparecen en esos medios, a los que, la mayoría de las veces pagan para figurar. Y no advierten que se trata de una presencia virtual que más que comunicarlos, los incomunica con la razón de ser de su tarea, la necesidad y la calidad de vida de la gente.
Hoy los políticos han suplido el debate, la confrontación de ideas, el contacto real con los ciudadanos, el conocimiento de sus necesidades, por la realidad virtual de los medios de comunicación, que son de vital importancia, pero sólo cuando complementan la verdadera acción, esa que llega hasta a cumplir con su cometido.
A esos políticos les pasa lo que a las parejas de la escena inicial, tienen todas las herramientas en sus manos, pero viven alejados de las verdaderas realidades. Lo mismo que les pasa a nuestros hijos, cada vez con más elementos para no estar aburridos y cada más con mayor tedio. Porque falta el espíritu, ese que le da sentido a todas las cosas.
Hoy se ha perdido la valentía de decir las cosas cara a cara, de aceptar que el otro puede tener ideas y obras mejores y se reduce todo a un enfrentamiento virtual. El empeño es por buscar el necesario equilibrio entre tantos adelantos, entre tanta teoría y las mismas necesidades de siempre: las materiales de comida, salud, servicios, las del espíritu como a educación, el intercambio de ideas y de afectos, de solaz y diversión y sobre todo de una relación adulta entre los seres humanos, que lleve a compartir y comunicar esos bienes.
Si no sucede esto, los adelantos, como los de la comunicación, producirán los efectos contrarios a los que se supone que están destinados, malográndose ellos y malogrando a quienes los usan

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