lunes, 14 de marzo de 2011

Textos a Trabajar en clases

Alumnos de 4º año "A" y "B" de la UEP Nº 28 aquí están los textos que vamos atrabajar en el diagnóstico.


Ideas sobre la literatura
por Ángel Zapata*
En las circunstancias actuales no hay nada que esperar de la literatura. La literatura es una mercancía como cualquier otra, sujeta al modo de producción, distribución y consumo impuesto por la industria capitalista, y dotada —desde los dispositivos de la Institución literaria— con ese “aura” de excelencia que tiene la función de un valor añadido dentro de los circuitos de intercambio
A esta situación responde la bagatela conformista que hace furor en los últimos años (esa literatura insulsa, apática, escrita por buenos chicos, complaciente con todo y con todos: una literatura sin esperanza). Pero también desde aquí cabe abogar a partir de ahora no exactamente por una literatura del afuera, como por la escritura misma en tanto afuera de la literatura. Es decir: una escritura que la Institución literaria tenga que expulsar de sí, igual que el organismo expulsa un cuerpo extraño.
Lowry perseguía la iluminación
Proust, la rama dorada del tiempo. Dostoievsky consumió su vida en la defensa militante de una quimera absurda a la que él denominaba “el Cristo ruso”... El Grial que persiguen los escritores de hoy puede nombrarse con sólo dos palabras: fama y dinero. Su deseo es un deseo cutre, de tonadillera o de paleto; y da la medida exacta de la riqueza y la profundidad de su experiencia, como también —sobra decirlo— de su lamentable catadura moral. Hoy la nómina de los escritores está compuesta mayoritariamente —y a partes iguales— por imbéciles y por canallas, sin que haya que excluir en absoluto que estas dos notas definitorias puedan darse a la vez en un mismo sujeto.
La literatura, en sus momentos más afortunados, era un campo de expresión y de conocimiento de lo humano, así como una exploración de sus posibilidades y de sus modos de experiencia inéditos. Para que esto pueda ser así, obviamente, resulta imprescindible que haya una sociedad que lo necesite y lo reclame… Y estaría de más recordar que el capitalismo de guerra funciona precisamente sobre el trasfondo de la represión sistemática y el “docto” desconocimiento de lo humano (consumados por el discurso de la ciencia y la invasión totalitaria de los dispositivos de la “comunicación”), como también sobre el cierre programado de cualquier horizonte de posibilidad, y el control y la monitorización crecientes de las formas de la experiencia. A fecha de hoy, pues, este panorama de pesadilla orweliana se traduce en un estado de narcosis generalizada (apuntalado sobre lo que la psiquiatría de Janet denominaba un “descenso del nivel mental”); con lo cual todo llamamiento a la responsabilidad y la transformación por parte de la conciencia artística no puede sino hundirse en ese territorio profundamente gelatinoso de la opacidad social. Esta sociedad, en suma, no es sólo que no necesite ni reclame el núcleo excesivo —pasional, crítico y/o utópico— que ciertaliteratura vehiculaba en el pasado, sino que se defiende positivamente de él, a través de la represión (en todos sus modos), la asimilación (cuando le es posible), la producción y difusión masiva de falsificaciones y sucedáneos, la indiferencia y el silencio.
El divorcio entre escritura y sensibilidad, escritura y experiencia, escritura y saber ha alcanzado tal grado de acuidad, que cuando los autores de hoy intentan escapar a la rúbrica del “entretenimiento” ponen en boca de sus narradores el tipo de sutilezas filosóficas que se puede leer/escuchar en los artículos de los dominicales, los programas de radio de medianoche, los magazines de divulgación científica o los telefilmes de corte dramático. Ahora bien: denunciar esto es perfectamente inútil, puesto que no se trata tanto de que la Institución literaria no lo sepa como de que no lo quiere saber, o —lo que es lo mismo— de que es precisamente la legitimación a gran escala de esta impostura lo que avala su status de privilegio en la trama de la dominación.
La estrategia más frecuente entre los intelectuales colaboracionistas consiste hoy en un mecanismo de defensa que Zizek, tras las huellas de Lacan, ha llamado “atenuación”. Se explica muy sencillamente: la atenuación se basa en constatar un hecho de la realidad, y acto seguido disociar esta misma constatación de cualquier posible consecuencia en el plano de la conducta práctica. Su fórmula sería: “Sé perfectamente que esto es así… (pero me sigo comportando del mismo modo que si no lo supiera en absoluto)”. Ni que decir tiene que no hay que apresurarse a asimilar la atenuación a las prolijas justificaciones del cobarde o al intrincado fariseísmo del trepa. La atenuación no se sitúa exactamente en el plano de la labilidad moral. Su dimensión propia es aún más profunda, pues con ella, con el acto de disociación que la funda —y en el que se evaden la culpa subjetiva y el displacer de la contradicción—, es el propio sujeto lo que resulta disociado, son en realidad áreas enteras de percepción y sensibilidad las que terminan secuestradas, devastadas, por esta forma tan contemporánea de la conciencia sierva.
Es la atenuación la que hace posible que en los últimos tiempos estemos escuchando a los escritores “de éxito” hablar contra la mercantilización de la literatura, o viendo cómo algunos escritores que se reclaman “de izquierdas” firman contratos —sin que se les mueva un músculo de la cara— con los más reputados “padrinos” del medio, o con las más voraces y destructoras multinacionales de la edición. Por efecto de la atenuación, la necesidad de ser consecuente se olvida, se forcluye; un corte, un hiato se desliza entre mi saber, por una parte, y mi coherencia y mi responsabilidad como sujeto por otra… con lo que quedo convertido —irremisiblemente— en rehén del Amo que desea por mí, en objeto entregado al deseo del Otro. Los traidores, los lacayos, los vendidos de siempre, son figuras casi entrañables puestos al lado de esta nueva inconsecuencia abismal, de esta denegación de todo efecto vinculado a lo Simbólico, de esta anulación/extinción de sí que tiene un pie hundido en el cinismo, y el otro pie en las puertas de la psicosis.
Eso que amo apasionadamente en la literatura (es decir: lo que en la práctica institucionalizada de la escritura aún conseguía sobrevivir —contra viento y marea— de la poesía y del mito), ni tiene modo de alojarse ya en los recientes productos editoriales, ni puede articularse —de no ser como estorbo y anomalía— con las nuevas condiciones de producción y reproducción de lo social. La literatura nació con el ascenso de la burguesía y morirá con ella, ahogada en una misma espiral de agotamiento, banalidad, zafiedad, delirio narcisista, indecencia y mentira.
La literatura, pues, se realiza hoy abiertamente como una instancia más del beneficio (y se dedica a apuntalar con todos los recursos a su alcance la preeminencia mítica del capital); con lo cual es este mismo cumplimiento de su proyecto histórico —el advenimiento de su verdad última—, lo que vuelve a dejar en franquía su núcleo “traumático”, excesivo, a-histórico (aquello que en la obra literaria era siempre más y otra cosa que “literatura”)… a condición de que la poesía y el mito no intenten realojarse en los salones de una casa en ruinas, a condición de que acierten a dotarse, por si mismos, de nuevos territorios y nuevas vías de realización
La poesía y el mito, en cambio, son —mucho más allá de lo que nombraría la palabra “actividades”— modos de lo humano. La práctica consolidada por la burguesía del siglo XVII bajo el nombre de “Bellas Letras”, “Literatura”, etc., era ya una acomodación de la fecundidad poética y mítica (de la relación esencial de esta misma espontaneidad con el desbordamiento y el gasto) a las condiciones de producción intensiva, reglada, sometida a control, económica y acumulativa que el capitalismo en auge empezaba a proyectar sobre el conjunto de la existencia social. De ahí que a medio plazo comportara —bajo el nombre de “realismo”— la promoción al rango de paradigma de las formas de percepción y representación del mundo de los nuevos amos o, dicho de otra manera: una idealización de la sensibilidad que distingue a los funcionarios de abastos, los dentistas y los tenderos. Esto hace que la muerte de laliteratura —a la que estamos asistiendo en los últimos años— no sea sino el advenimiento final de un origen, la realización de una latencia; y tenga mucho menos de “traición” o “fracaso” que de consumación de un proyecto, a saber: el de la transformación de la poesía y el mito en un dispositivo de producción (asistido por las “técnicas” que le son propias), el de la expropiación de lo humano en cualquiera de sus formas de surgimiento, para su conversión en beneficio.





FICCIÓN – REALIDAD
¿Categorías antagónicas?

En reiteradas ocasiones nos hemos encontrado con una negación que le quita registros a la ficción, negación, que por otra parte, no hace más que confundir ciertos términos e intenta sostener, tal vez inocentemente, un espacio preconstruido, estandarizado y señalizado de posibilidades.
Lo llamativo de esta negación es que proviene del conocimiento casual o la ignorancia planificada de la misma literatura, del mismo lenguaje, y se reproduce una y otra vez, sin que se noten demasiados cuestionamientos.
No demos más rodeos. A la ficción se la asocia, invariablemente, con la mentira, se le niega la posibilidad de verdad.
Esto en sí mismo no es ni bueno ni malo, ni vulgar ni académico. El problema reside en que se le asigna un espacio ético y moral, se la descalifica en oposición con la realidad, la existencia, los verdadero, el mundo.
Lo ficticio es por definición falso; la realidad, verdadera y efectiva.
Se ubica a estos términos como contrincantes que luchan por nuestra adhesión, nuestra aprehensión, o tal vez, más lejos, nuestros horizontes. Sólo que existe un problema, o bien, la ficción forma parte de la realidad, o bien, la realidad forma parte de la ficción, o bien, conviven, o bien, se fusionan en esto que convenimos en llamar mundo, universo, existencia.
Si nos remitimos al origen etimológico de algunas de las palabras asociadas al cuadro ficción- realidad y los componentes que de esta oposición se desprenden, podríamos notar algunos detalles que no siempre son tenidos en cuenta.
El concepto "real" o "realidad" no se desprende (dado el significado asignado a estos términos en nuestro idioma: existencia verdadera y efectiva), directamente, como lo señala la Real Academia Española, de su forma morfológica latina más cercana: "res-rei" (acto, hecho, realidad concreta; hoy su traducción más difundida es hecho, cosa), sino que extrañamente se vincula al significado de realidad que posee la palabra latina: "veritas- veritatis" (verdad, rectitud, justicia). De aquí queda suponer que en nuestra búsqueda de realidad encontraremos verdad y justicia, como si la mentira y la injusticia, debiesen quedar fuera de nuestra esfera de lo real. A lo que podemos argüir que tienen existencia verdadera y comprobable día tras día. Se oponen a la verdad, pero existen y actúan en el mundo verdadero, por lo tanto, siguiendo el mismo concepto de existencia verdadera y efectiva, pertenecen al mundo real.
Existir es aparecer, originarse, mostrarse, presentarse, manifestarse.
Toda ficción, toda mentira, toda verdad, toda realidad, aparece, se muestra, por lo tanto existe. Su aparición es verdadera, es conforme al entendimiento, hablamos, caro está, de nuestro entendimiento, conforme a una época, una geografía, un imaginario, una ideología, determinada; de esta manera esta aparición o manifestación ingresa al campo de lo real.
Fingir es inventar, dar forma, moldear, concebir, representar, crear; el producto de esta acción: la ficción, es simplemente una creación, una formación, una suposición, una hipótesis, que como tal se presenta (tiene existencia), es real.
Oponer ficción a realidad, ficción a verdad, es pensar en dicotomías inasociables, obviar que los opuestos se encuentran basados en una misma amalgama, en donde resulta impensable su separación, sin que se produzca, en ese camino, la negación de los constitutivos de amabas partes, o de una de ellas, cosa que para el caso, resultaría lo mismo, una falacia.
Para separarlos y oponerlos debemos negar en uno de ellos sus componentes y, preocupados por la existencia verdadera que lleva a la realidad, estaríamos cayendo en una falta, en una mentira, alejándonos de la realidad y, también, de la ficción.
Oponer el concepto de ficción al de realidad, es caer en el mismo error que suponer la ficción cono sinónimo de mentira, a pesar de que esta sinonimia sea aceptada y difundida por la Real Academia Española.
Verdad y mentira aportan connotaciones morales, éticas, muy distantes y distintas de lo que se describe como real o ficticio.
Así como la realidad incluye en su seno las categorizaciones de verdadero y falso (dado que ambas tienen existencia verdadera conforme al entendimiento), de la misma manera la ficción puede ser comprendida, presentarse, manifestarse como acto independientemente de la veracidad o falsedad que la misma conlleve.
Tratemos de repensar estas relaciones, tratemos de evitar la negación como vehículo para llegar a la oposición forzada, en un afán , muy occidental, por inclinar la balanza de la dicotomía hacia uno de los lados.
Ficción y realidad no son un mismo concepto, pero tampoco se oponen , y su diferenciación no debería basarse en una categoría moral, que poco tiene que ver con cualquiera de las dos construcciones.
La realidad tiene la existencia que nuestro entendimiento y nuestra experiencia pueden otorgarle.
La ficción tiene la existencia que nuestro entendimiento y nuestra imaginación pueden otorgarle.
La fragua en la que ambas nacen es la misma, la sutil diferencia está en nuestra percepción, en nuestra predisposición para aceptar o rechazar en nuestro campo de realidad ciertas cosas, en nuestras posibilidades de formular hipótesis o comprobar hechos, en nuestra actitud frente a lo que se nos presenta como existente; para no ir más lejos, en nuestra palabra, en la intervención del lenguaje, en nuestra capacidad para aprehender el mundo.
La percepción condiciona nuestra aprehensión del universo, nuestros sentidos perciben objetos, sonidos, palabras. Si coincidimos en sostener que el sustento o el basamento de la ficción es el lenguaje, su relación con la verdad, la mentira y la realidad es la misma que puede tener el diálogo que hemos mantenido con un vecino, es la misma que tiene una noticia leída en un periódico o un capítulo de un libro de historia.
De no aceptar esto, deberíamos plantearnos y esclarecer cuáles son las diferencias sustanciales, en cuanto a su composición, entre los párrafos de una noticia, un texto científico y eso, que se ha convenido en llamar ficción.
En ningún caso vemos hechos, no tenemos frente a nuestros ojos objetos tangibles, sólo palabras.
Entonces, ¿cómo resulta que unas necesariamente han de pertenecer al mundo real y verdadero y otras, con iguales características y funciones, al mundo ideal y falso?
¿Qué nos lleva a creer que unas palabras mienten y otras dicen la verdad?
Sólo una convención, que ha sido establecida con un fin, tal vez, el de resguardar una parte del mundo, el de aligerar nuestra percepción, o , simplemente, el de darnos seguridad ante el río de mentiras que se despeña por las palabras. Porque las palabras no aceptan valoraciones morales, siempre fingen, dan forma, componen, representan, hacen y están en lugar de otra cosa.
Nuestra mente es la que valora, piensa, imagina, y lo hace con palabras; así nuestra realidad es tan ficticia, nuestra ficción es tan real; como nos sea posible percibirla, hacerla, sospecharla, descubrirla o concebirla.
La verdad y la mentira quedan atrás, quedan en nosotros.


© Grupo ZC

No hay comentarios:

Publicar un comentario